Lola Flores nació en el barrio gitano de San Miguel, en Jerez de la Frontera, en la provincia de Cádiz, concretamente en el número 45 de la calle Sol. Siendo niña ya bailaba y cantaba en la taberna que tenía su padre, Pedro Flores, conocido como el Comino, y antes de los doce años ya era reconocida como bailaora en los ambientes artísticos jerezanos. Entonces cantaba canciones de Concha Piquer y de Estrellita Castro, siendo esta última un gran ídolo de Lola.
En 1939, con 16 años, debutó en el Teatro Villamarta de Jerez en el espectáculo “Luces de España” que encabezaba la pareja de baile formada por Rafael Ortega y Custodia Marchena y el guitarrista Melchor de Marchena. Lola Flores cantaba Bautizá con manzanilla.
Tuvo sus mayores éxitos como pareja artística de Manolo Caracol, con quien trabajó hasta 1951. En 1958 se casó con el guitarrista Antonio González Batista, El Pescaílla, con quien tendría tres hijos: Dolores, más conocida como Lolita, Antonio y Rosario. Los tres se dedicarían al mundo de la canción, así como su hermana Carmen Flores. Tuvo relaciones también con el futbolista del F.C. Barcelona Gustavo Biosca.
De fuerte temperamento y presencia, entre 1939 y 1992 apareció en diversas películas, en las que solía hacer el papel de gitana. Entre ellas, resalta todo un clásico del cine español de los 40: Embrujo (1947, Carlos Serrano de Osma), drama musical donde acompaña a su pareja sentimental y artística de aquel momento, Manolo Caracol; sus films folclóricos de los años 50 como la exitosa Morena clara (1954, Luis Lucia) versionando el célebre film de 1934, y en compañía de Fernando Fernán Gómez, El duende de Jerez (1953), Maria de la O (1959), que supone su primera película con Antonio González "El Pescaílla", La hermana San Sulpicio (1962), etc; sus populares dramones mexicanos tipo La faraona (1955) o Sueños de oro (1958); "Casa Flora" (1972, Ramón Fernández) o "Una señora estupenda" (1972, Julio Coll) como sus dos cintas más salvables en plena época de la comedia española pre-destape; su papelito haciendo casi de sí misma en la reseñable pero algo sobrevalorada comedia "Truhanes" (1983, Miguel Hermoso) o su participación en la cinta documental rodada para la Expo de Sevilla "Sevillanas" (1992, Carlos Saura), junto a algunos de los grandes nombres del flamenco en general.
De entre su profesión, es muy conocida su amistad con dos artistas folclóricas y actrices cinematográficas también famosas y compañeras de generación, con las que compartió giras musicales por Hispanoamerica: Carmen Sevilla y Paquita Rico, con las que actuó en un film no muy brillante: "El balcón de la luna" (1952, Luis Salavsky).
Su extraordinario temperamento venció las reticencias de los críticos más puristas, que cuestionaban su voz y la ortodoxia de su baile. Actuó en el Madison Square Garden de Nueva York, y se recuerda una famosa crítica tras el estreno: "No sabe cantar, no sabe bailar, no se la pierdan".
En 1962 recibió el Lazo de Dama de Isabel la Católica y en 1967 fue premiada con la medalla de oro del Círculo de Bellas Artes.
Murió en su residencia de El Lerele el 16 de mayo de 1995 a los 72 años. La causa fue un cáncer de mama que le había sido diagnosticado en 1972. Su capilla ardiente quedó instalada en el Centro Cultural de la Villa de Madrid, en la plaza de Colón. En un ataúd abierto y amortajada con una mantilla blanca, fue conducida hasta el Cementerio de la Almudena en Madrid donde sería sepultada. Catorce días después de su muerte, su hijo Antonio fue encontrado muerto en la residencia familiar de El Lerele. Presumiblemente, la causa de su muerte fue una sobredosis de narcóticos. Fue enterrado junto a su madre.
miércoles, 27 de febrero de 2008
ketama
HACIENDO HISTORIA
En la música española, hay un antes y un después de Ketama. Un tópico, cierto, pero verdad irrebatible. Aunque se necesita una memoria de elefante para retrotraerse hacia los años ochenta, cuando España se sintió cosmopolita. Una modernidad que, a veces, parecía llevar gafas de madera y corcho en los oídos,
En plena movida, sonaba a disparate que unos chavalitos de pedigrí gitano se empeñaran en hacer canciones propias, que reflejaban sus raíces a la vez que bebían deñ la música que había mamado cualquier urbanita de su edad. Estaban, vaya audacia, inventando un pop propio, universalista pero imposible de imaginar en otro país.
Era tan iconoclasta el concepto Ketama que solo pudieron sacar la cabeza gracias a una independiente, la benemérita Nuevos Medios. Y pasaron años antes de que el grupo
tuviera una existencia normalizada: giras, banda regular, presencia mediática. En ocasiones Ketama pasaba al congelador mientras sus integrantes se dedicaban -sin quejarse, oiga- a tareas de segunda línea: a acompañar, a producir, a tocar en discos. Era otra forma de difundir sus libérrimos conceptos sonoros.
Con todo, aquellas experiencias les fortalecieron. Hubo bajas (la muerte de Ray Heredia, la marcha de José Soto “Sorderita”) y grandes descubrimientos: les buscaba un flautista portugués (Ráo Kyao) y una estrella del rock argentino (Fito Páez). Se juntaban con un “dream team” del jazz latino (D’Rivera, Camilo, Sandóval...) y se inventaban un territorio común con un tañedor de “kora” malinés (Toumani Diabate). “Shongai” ganaba premios internacionales, Frank Zappa les echaba piropos. Volaban por el mundo aunque, ay, en España no llegaban al disco de oro.
EL BOOM
Así que tenían más tablas, más experiencias internacionales que cualquier otro grupo español. Pero fueron artistas de culto hasta 1995, cuando se publica “De akí a Ketama”. Aquel verano resultó glorioso: por playas y ciudades, de noche o de mañana, fueras donde fueras, allí se derramaba Ketama. “A nation under a groove”, como decía George Clinton. Se despacharon medio millón de discos.
A partir de 1995, ha sido imposible evadirse a la sombra de Ketama: su fórmula sonora se ha convertido en moneda corriente dentro del pop español. Seamos bruscos: han sido copiados hasta la saciedad. Tras ellos, el cajón flamenco se ha colado en todo tipo de escenarios. El laúd y otros instrumentos de cuerda intimaron con la sonanta flamenca. Se sacaron de la chistera algo llamado “bulesalsa” que, en realidad, también tenía dentro bastante jazz y mucha música brasileña y gotitas de funk y chorritos de rock.
No se acomodaron en sus años de éxito. Llamaron a Khaled, trabajaron a las órdenes del productor Cachorro López, viajaron a Rio de Janeiro para que Caetano Veloso metiera voz en un tema. Colaboraron con Jorge Drexler o Gema Pavel. Grabaron con el uruguayo Rubén Rada y el colombiano Juanes. Flamenquearon con sus mayores, los Habichuela. Elaboraron música –score y canciones- para el cine, salieron en películas, fueron objetivo de documentales. La lista de actividades sería interminable: seguir a Ketama nunca ha sido aburrido. Lo puedes comprobar en “Ketama. No estamos lokos” (Editorial Martínez Roca), el libro que Juan Bosco ha escrito desde la proximidad y la admiración.
Se pusieron muy alto el listón. Ketama fue un grupo de alta exigencia que, sin embargo, no impidió que cada uno picara piedra por su lado. Juan Carmona “El Camborio” trabajaba con los flamencos. Josemi Carmona “Machuca” investigaba en el estudio del sótano de su casa. Antonio Carmona “El Ajillo” tocaba con un proyecto electrónico (Digitano) y con un novísimo grupo de rap (La Excepción). Pueden ser pistas para el futuro.
FUTURO NO SE ESCRIBE CON K
...de momento. Pero no hay que llorar, no conviene ponerse dramáticos. Ahora es el momento de celebrar. Y dar las gracias por tantas músicas, tantas risas, tantas revelaciones. ¡Chupendi!
En la música española, hay un antes y un después de Ketama. Un tópico, cierto, pero verdad irrebatible. Aunque se necesita una memoria de elefante para retrotraerse hacia los años ochenta, cuando España se sintió cosmopolita. Una modernidad que, a veces, parecía llevar gafas de madera y corcho en los oídos,
En plena movida, sonaba a disparate que unos chavalitos de pedigrí gitano se empeñaran en hacer canciones propias, que reflejaban sus raíces a la vez que bebían deñ la música que había mamado cualquier urbanita de su edad. Estaban, vaya audacia, inventando un pop propio, universalista pero imposible de imaginar en otro país.
Era tan iconoclasta el concepto Ketama que solo pudieron sacar la cabeza gracias a una independiente, la benemérita Nuevos Medios. Y pasaron años antes de que el grupo
tuviera una existencia normalizada: giras, banda regular, presencia mediática. En ocasiones Ketama pasaba al congelador mientras sus integrantes se dedicaban -sin quejarse, oiga- a tareas de segunda línea: a acompañar, a producir, a tocar en discos. Era otra forma de difundir sus libérrimos conceptos sonoros.
Con todo, aquellas experiencias les fortalecieron. Hubo bajas (la muerte de Ray Heredia, la marcha de José Soto “Sorderita”) y grandes descubrimientos: les buscaba un flautista portugués (Ráo Kyao) y una estrella del rock argentino (Fito Páez). Se juntaban con un “dream team” del jazz latino (D’Rivera, Camilo, Sandóval...) y se inventaban un territorio común con un tañedor de “kora” malinés (Toumani Diabate). “Shongai” ganaba premios internacionales, Frank Zappa les echaba piropos. Volaban por el mundo aunque, ay, en España no llegaban al disco de oro.
EL BOOM
Así que tenían más tablas, más experiencias internacionales que cualquier otro grupo español. Pero fueron artistas de culto hasta 1995, cuando se publica “De akí a Ketama”. Aquel verano resultó glorioso: por playas y ciudades, de noche o de mañana, fueras donde fueras, allí se derramaba Ketama. “A nation under a groove”, como decía George Clinton. Se despacharon medio millón de discos.
A partir de 1995, ha sido imposible evadirse a la sombra de Ketama: su fórmula sonora se ha convertido en moneda corriente dentro del pop español. Seamos bruscos: han sido copiados hasta la saciedad. Tras ellos, el cajón flamenco se ha colado en todo tipo de escenarios. El laúd y otros instrumentos de cuerda intimaron con la sonanta flamenca. Se sacaron de la chistera algo llamado “bulesalsa” que, en realidad, también tenía dentro bastante jazz y mucha música brasileña y gotitas de funk y chorritos de rock.
No se acomodaron en sus años de éxito. Llamaron a Khaled, trabajaron a las órdenes del productor Cachorro López, viajaron a Rio de Janeiro para que Caetano Veloso metiera voz en un tema. Colaboraron con Jorge Drexler o Gema Pavel. Grabaron con el uruguayo Rubén Rada y el colombiano Juanes. Flamenquearon con sus mayores, los Habichuela. Elaboraron música –score y canciones- para el cine, salieron en películas, fueron objetivo de documentales. La lista de actividades sería interminable: seguir a Ketama nunca ha sido aburrido. Lo puedes comprobar en “Ketama. No estamos lokos” (Editorial Martínez Roca), el libro que Juan Bosco ha escrito desde la proximidad y la admiración.
Se pusieron muy alto el listón. Ketama fue un grupo de alta exigencia que, sin embargo, no impidió que cada uno picara piedra por su lado. Juan Carmona “El Camborio” trabajaba con los flamencos. Josemi Carmona “Machuca” investigaba en el estudio del sótano de su casa. Antonio Carmona “El Ajillo” tocaba con un proyecto electrónico (Digitano) y con un novísimo grupo de rap (La Excepción). Pueden ser pistas para el futuro.
FUTURO NO SE ESCRIBE CON K
...de momento. Pero no hay que llorar, no conviene ponerse dramáticos. Ahora es el momento de celebrar. Y dar las gracias por tantas músicas, tantas risas, tantas revelaciones. ¡Chupendi!
miércoles, 20 de febrero de 2008
las seventies

Las Seventies son... ... Lola y Blanca. A Lola le gusta la ciudad, la marcha. A Blanca el campo, la calma. Lola es del Sevilla. Blanca, del Betis. El Ying y el Yang. Dos mujeres opuestas, que se complementan. Porque comparten mucho: ambas son rubias y sevillanas; iniciaron una vida profesional, la una estudió traducción, la otra se enamoró de África filmando documentales; se casaron y tuvieron hijos, tres; pero sobre todas las cosas, les apasiona cantar, y bailar. Las Seventies son... la música disco y la rumba flamenca. El Disco te pide orquesta, lentejuelas y luces de neón. La Rumba, compás de guitarra, volantes y la luz del sur. El Ying y el Yang. Dos músicas muy diferentes, que se complementan, porque comparten idéntico compás, la misma alegría y un fin común: la fiesta. Las Seventies son... ilusión, ganas de triunfar y de pasarlo bien, y hacérselo pasar mejor aún a todos los que quieran disfrutar de este disco tan especial y único en el actual panorama discográfico. Grabado a fuego lento en San Antonio Recording Studio, en el nuevo estudio de Rafa Almarcha, uno de los productores más reconocidos de Andalucía, a los que sumó el arte de César Cadaval de Los Morancos, el saber musical de José María Nieto y las peregrinas ideas de Joserra Halcón. Un sueño que, gracias a todos los que confiaron en él, es hoy una maravillosa realidad.
el barrio

José Luis Figuereo Franco nace en el barrio más flamenco de Cádiz; el típico barrio de Santa María en junio de 1970 en una Casa de vecinos de la calle Botica número 29. Creció bajo la tutela de la peña flamenca La Perla de Cai, empieza a hacer sus Pinitos con nueve años al son de una guitarra sin acordes.
Con 14 años coge su guitarra y su maleta y se va al mundo de los tablaos de Córdoba y Madrid –tirando y pasando estreches- Acompañando a cantaores como Juana la del Revuelo y ya con 18 años a figuras del baile como Antonio Canales y Sara Varas en la Venta del Gato.
“Las penas de los tablaos son las que te cultivan para expresarte como artista” (El barrio)
Cansado de ser guitarrista y animado por su primo Diego Magallanes manda una maqueta a la casa discográfica sevillana “Senador”. Dice él que cuando le llaman le entra un ataque de pánico y decide ponerse a trabajar como un hombre. Empieza un cursillo como soldador en los astilleros que abandona cuando se da cuenta que lo suyo es ser artista. Se rebautiza como EL BARRIO –nombre acortado de su lugar de origen y emprende una carrera donde se dan la mano el flamenco, la creación personal y el rock andaluz teniendo como fuentes de inspiración grupos andaluces como Triana, Medina Azahara y Alameda, a flamencos como Manolo Caracol y sobre todo siente una gran admiración por el maestro Paco de Lucia.
El Barrio es un artista vanguardista e innovador. Su voz tiene un eco profundo y distinto siendo un virtuoso de la garganta de la que conoce todos sus secretos. Está considerado un poeta urbano del siglo XXI por sus seguidores que llenan cada uno de sus conciertos.
Sus composiciones tienen sabor andaluz y gaditano y nos hablan del amor, del desamor , del barrio que lo vio nacer y de cosas cotidianas con las que te sentirás identificado. El Barrio bebe de lo antiguo y suena moderno.
“Mi música suena flamenco porque yo soy flamenco” (El Barrio)
El Barrio es, para quien lo quiera escuchar, un apóstol del Nuevo Flamenco. Su buena nueva consiste en beber de lo antiguo y sonar moderno. Y el Barrio suena flamenco desde el primer día. El oyente entenderá a los elegidos de las artes que de tarde en tarde se vienen al mundo a compartir generosamente su sabiduría. Y es que estamos ante uno de los artistas más completos de la Andalucía del nuevo milenio. José Luis Figuereo no es solo un interprete de canciones, un compositor, un poeta o un cantautor a la vieja usanza. Puede destacar, y destaca, en cada una de esas facetas pero se hace más grande en el equilibrio con el que ha conseguido desarrollar todas ellas al unísono.
Cádiz es, hoy por hoy, la mayor cantera de talento musical de España. Es evidente que lo que allí se hace se parece entre sí y, a la vez, tiene una personalidad diferente de lo que se hace fuera. El influjo del mar, la luz, el levante, el vino, la sierra, y sobre todo, su transcendencia en la historia del flamenco han convertido su música en la fuente del deseo.
El Flamenco ha cambiado mucho. Las voces ya no saben a sangre cuando entonan. El cante del hambre, los señoríos, el café del cantante, la dictadura, la Andalucía explotada y la emigración ha entrado en el siglo XXI como una gran cultura con millones de discos vendidos, ropa de moda, estudios universitarios y el mundo entero preguntándose que haríamos después de Camarón.
En medio de este dilema nace El Barrio, José Luis Figuereo es pieza fundamental de una revolución emprendida por una generación de jóvenes que reivindican la tradición musical andaluza desde la libertad de creación y la ansiedad por aprender de otras culturas, es decir, desde la fusión la propuesta es vanguardismo y tradición. Como precedente de esta revolución esta la guitarra de Paco de Lucía. Como el de Algeciras, El Barrio también empezó como guitarra pero, como Camarón en las grandes ocasiones, no la soltó para cantar.
Como poeta, es una especie de “sabina” del flamenco. Aunque no cuenta historias concretas, es fácil verse reflejado en una de sus letras. Todo seguidor de El Barrio tiene una canción que parece que está escrita para él. Sus contenidos definen un flamenco más urbano y menos rural, describe conceptos frente a situaciones y priman los sentimientos, no el sentimentalismo. Su lenguaje es formal, lírico pero moderno, cargado de expresiones populares, juveniles y del caló cuando es necesario.
Como interprete, su voz tiene un eco profundo y distinto, memoria de las grandes figuras del cante. Sus tonos, remates y requiebros vocales son un prodigio de melodía y afinación que tienen tanta personalidad como los de la Perla, Cái y Camarón. El Barrio navega por su música con la técnica de un virtuoso de la garganta, de la que conoce todos los secretos.
Como músico, sus composiciones tienen identidad andaluza-gaditana. Su música es del sur y ofrece las mejores influencias del flamenco y del cante andaluz. El Barrio es dueño de la herencia del compás de su barrio de Santa María. Maneja las claves, los tercios originales del cante, los domina en el espacio y en el tiempo, los sostiene a su antojo, los acorta a contratiempo y los pinta en el aire hasta hacer que los pies de audiencia se muevan solitos.
Su poesía recuerda a la generación del 98, desde el Alberti más surrealista, al Lorca más gitano, pasando por el Miguel Hernández más apasionado. El amor es el eje y motor de su vida, el desamor como tortura y sentimiento trágico, la muerte, el destino, la música, la cultura y las tradiciones de su tierra son los temas centrales de las canciones de El Barrio.
José Luis Figuereo siente admiración por los versos populares de las coplas y el romancero andaluz, y mientras busca nuevas formulas poéticas desde la principal de la metáfora, habla del amor como el mayor enamorado y del desamor como el hombre más herido de todos los tiempos.
Poeta urbano del siglo XXI para sus seguidores, José Luis Figuereo, Selu, El Barrio, que siempre sale a escena con un sombrero negro, ha sabido conectar con un publico joven al que le gusta el flamenco
Con 14 años coge su guitarra y su maleta y se va al mundo de los tablaos de Córdoba y Madrid –tirando y pasando estreches- Acompañando a cantaores como Juana la del Revuelo y ya con 18 años a figuras del baile como Antonio Canales y Sara Varas en la Venta del Gato.
“Las penas de los tablaos son las que te cultivan para expresarte como artista” (El barrio)
Cansado de ser guitarrista y animado por su primo Diego Magallanes manda una maqueta a la casa discográfica sevillana “Senador”. Dice él que cuando le llaman le entra un ataque de pánico y decide ponerse a trabajar como un hombre. Empieza un cursillo como soldador en los astilleros que abandona cuando se da cuenta que lo suyo es ser artista. Se rebautiza como EL BARRIO –nombre acortado de su lugar de origen y emprende una carrera donde se dan la mano el flamenco, la creación personal y el rock andaluz teniendo como fuentes de inspiración grupos andaluces como Triana, Medina Azahara y Alameda, a flamencos como Manolo Caracol y sobre todo siente una gran admiración por el maestro Paco de Lucia.
El Barrio es un artista vanguardista e innovador. Su voz tiene un eco profundo y distinto siendo un virtuoso de la garganta de la que conoce todos sus secretos. Está considerado un poeta urbano del siglo XXI por sus seguidores que llenan cada uno de sus conciertos.
Sus composiciones tienen sabor andaluz y gaditano y nos hablan del amor, del desamor , del barrio que lo vio nacer y de cosas cotidianas con las que te sentirás identificado. El Barrio bebe de lo antiguo y suena moderno.
“Mi música suena flamenco porque yo soy flamenco” (El Barrio)
El Barrio es, para quien lo quiera escuchar, un apóstol del Nuevo Flamenco. Su buena nueva consiste en beber de lo antiguo y sonar moderno. Y el Barrio suena flamenco desde el primer día. El oyente entenderá a los elegidos de las artes que de tarde en tarde se vienen al mundo a compartir generosamente su sabiduría. Y es que estamos ante uno de los artistas más completos de la Andalucía del nuevo milenio. José Luis Figuereo no es solo un interprete de canciones, un compositor, un poeta o un cantautor a la vieja usanza. Puede destacar, y destaca, en cada una de esas facetas pero se hace más grande en el equilibrio con el que ha conseguido desarrollar todas ellas al unísono.
Cádiz es, hoy por hoy, la mayor cantera de talento musical de España. Es evidente que lo que allí se hace se parece entre sí y, a la vez, tiene una personalidad diferente de lo que se hace fuera. El influjo del mar, la luz, el levante, el vino, la sierra, y sobre todo, su transcendencia en la historia del flamenco han convertido su música en la fuente del deseo.
El Flamenco ha cambiado mucho. Las voces ya no saben a sangre cuando entonan. El cante del hambre, los señoríos, el café del cantante, la dictadura, la Andalucía explotada y la emigración ha entrado en el siglo XXI como una gran cultura con millones de discos vendidos, ropa de moda, estudios universitarios y el mundo entero preguntándose que haríamos después de Camarón.
En medio de este dilema nace El Barrio, José Luis Figuereo es pieza fundamental de una revolución emprendida por una generación de jóvenes que reivindican la tradición musical andaluza desde la libertad de creación y la ansiedad por aprender de otras culturas, es decir, desde la fusión la propuesta es vanguardismo y tradición. Como precedente de esta revolución esta la guitarra de Paco de Lucía. Como el de Algeciras, El Barrio también empezó como guitarra pero, como Camarón en las grandes ocasiones, no la soltó para cantar.
Como poeta, es una especie de “sabina” del flamenco. Aunque no cuenta historias concretas, es fácil verse reflejado en una de sus letras. Todo seguidor de El Barrio tiene una canción que parece que está escrita para él. Sus contenidos definen un flamenco más urbano y menos rural, describe conceptos frente a situaciones y priman los sentimientos, no el sentimentalismo. Su lenguaje es formal, lírico pero moderno, cargado de expresiones populares, juveniles y del caló cuando es necesario.
Como interprete, su voz tiene un eco profundo y distinto, memoria de las grandes figuras del cante. Sus tonos, remates y requiebros vocales son un prodigio de melodía y afinación que tienen tanta personalidad como los de la Perla, Cái y Camarón. El Barrio navega por su música con la técnica de un virtuoso de la garganta, de la que conoce todos los secretos.
Como músico, sus composiciones tienen identidad andaluza-gaditana. Su música es del sur y ofrece las mejores influencias del flamenco y del cante andaluz. El Barrio es dueño de la herencia del compás de su barrio de Santa María. Maneja las claves, los tercios originales del cante, los domina en el espacio y en el tiempo, los sostiene a su antojo, los acorta a contratiempo y los pinta en el aire hasta hacer que los pies de audiencia se muevan solitos.
Su poesía recuerda a la generación del 98, desde el Alberti más surrealista, al Lorca más gitano, pasando por el Miguel Hernández más apasionado. El amor es el eje y motor de su vida, el desamor como tortura y sentimiento trágico, la muerte, el destino, la música, la cultura y las tradiciones de su tierra son los temas centrales de las canciones de El Barrio.
José Luis Figuereo siente admiración por los versos populares de las coplas y el romancero andaluz, y mientras busca nuevas formulas poéticas desde la principal de la metáfora, habla del amor como el mayor enamorado y del desamor como el hombre más herido de todos los tiempos.
Poeta urbano del siglo XXI para sus seguidores, José Luis Figuereo, Selu, El Barrio, que siempre sale a escena con un sombrero negro, ha sabido conectar con un publico joven al que le gusta el flamenco
FONDO FLAMENCO

Alrededor de Febrero/Marzo de 2005 Alejandro Astola y Rafael Ruda, actuales componentes del grupo, eran compañeros de colegio, se conocieron debido a su afición a la guitarra, entablaron una amistad y empezaron a cantar en algunos escenarios. Poco después dieron el nombre de ``Fondo Flamenco´´ al conjunto musical, y comenzaron a llevar a Rocío Ruda como corista y Fernando Rodríguez como percusionista para las actuaciones. Fue el invierno del mismo año cuando se unió como componente Antonio Manuel Ríos cerrando así definitivamente la estructura del grupo. Han participado en numerosos actos benéficos para la asociación ``amigos del pueblo saharaui´´ con el objetivo de recaudar fondos, así como en velás de barrios, pubs, discotecas... Han grabado una maqueta, titulada `` ojala ´´, y tras menos de un año unidos están consiguiendo crear su propio estilo de música y darse a conocer en muchos lugares.El grupo fue bautizado ``Fondo Flamenco´´ el 27 de Febrero de 2005. Rafael y Astola se encontraban en Sanlúcar la Mayor en una parcela, que disponía de un patio andaluz, y estaban haciéndose fotos cuando Astola mencionó...``vamos a hacernos fotos con ese fondo flamenco´´, y de ahí surgió este curioso nombre el de ``FONDO FLAMENCO´´.Astola:Alejandro Astola Soto es su nombre completo, nacido el 9 de abril de 1990 en Sevilla, actualmente reside en el barrio de San Pablo. Abuelo paterno (Paco Astola) esta metido también en el mundo musical con 3 discos grabados. Tiene raíces malagueñas por parte materna. Comenzó su introducción en el mundo de la música hace tan solo 3 años, al comprar una guitarra para el colegio, lo que le llevo a tomar poco después clases particulares de guitarra flamenca, y empezó a componer sus propias letras (actuales canciones de fondo flamenco).Mas tarde, al conocer a Rafael Ruda comenzaron a cantar. Tiene un tatuaje de una pequeña guitarra en la mano derecha junto al dedo pulgar. Cursa bachiller de arte en el instituto Heliopolis. Su equipo de fútbol es el Real Betis Balompié.Antonio (Dipan):Su nombre es Antonio Manuel Ríos Sánchez (Dipan), nacido el 6 de Julio de 1989 en Sevilla, su barrio Snt.Aurelia. Comenzó su introducción en la música hace solo 1 año ya de pequeño le gustaba el cante y ese mundillo debido a la afición de su padre de cantante, perteneciente al ``Coro de Almonte´´. No empezó a cantar hasta conocer a Astola y Rafael, que le pidieron su introducción en el grupo.Es gran amante de Camarón de la Isla y se atreve con varios palos del Flamenco como bulerías, tangos, fandangos, alegrías etc. Le gusta el fútbol y es socio del Real Betis Balompié.Rafaé:Su nombre es Rafael Ruda Santiago, nacido el 27 de Octubre de 1990 en Sevilla, actualmente vive en la barriada Rochelambert. Su hermana mayor Rocio, a colaborado en la grabación de la maqueta. Comenzó su introducción en la música en el año 2000 al recibir una guitarra como regalo de comunión, con la que empezó a tomar clases de la mano de el gran guitarrista Eduardo Rebollar. Comenzó a cantar mas a fondo al conocer a Astola en el colegio. Le gusta el flamenco, el fútbol y tocar el piano.
lolita flores
Dolores Flores Ruiz; Jerez de la Frontera, 1922 - Madrid, 1995) Cantante y actriz española. Hija de un tabernero, Lola demostró desde muy pequeña sus cualidades para el cante y el baile. Su admiración por Pastora Imperio le llevó a seguir con sus inquietudes hasta que conoció a Manolo Caracol, quien la tuvo en su compañía durante unos meses cuando apenas contaba con quince años. Toda la familia estuvo un tiempo en Sevilla hasta que recaló en Madrid, no sin antes conocer a otras figuras importantes de la canción como Estrellita Castro o el maestro Manuel López-Quiroga, quienes le animaron a seguir con su carrera.
Cine y canción iban a ser los pilares sobre los que se asentaría la carrera artística de Lola tras la contienda civil. Su primera película fue Martingala (1940), de Fernando Mignoni, interpretando a una gitana. Su sueldo fue de 12.000 pesetas, algo nunca imaginado por ella. Durante los años cuarenta realizó una serie de giras por diversas provincias españolas con un espectáculo montado por el empresario Juan Carcellé. Su canción más importante de aquella etapa fue “El lerele”, que pasado los años se convirtió en un gran éxito.
Sin embargo, no contenta con deambular de una ciudad a otra o ir de pueblo en pueblo, decidió montar su propia compañía con la ayuda de uno de sus primeros acompañantes. Para su proyecto (espectáculo que llamó Zambra) contrató a Manolo Caracol, iniciando una de sus etapas más fructíferas y populares, además de vivir un apasionado y turbulento romance.
De su trabajo en común se conserva la película Embrujo (1946), de Carlos Serrano de Osma, director que logró uno de sus trabajos mas personales y ambiciosos, aunque a la pareja protagonista no le reportara en exceso más popularidad, y La niña de la venta (1951), de Ramón Torrado, que sí le ayudó a alcanzar un éxito mayor a ambos, aunque su unión ya tocaba a su fin. Lola ya era conocida en el extranjero. Su repertorio aumentaba sin descanso y comenzó a grabar discos y a consolidar su carrera; “La zarzamora” fue una de sus canciones más emblemáticas de la época.
Cine y canción iban a ser los pilares sobre los que se asentaría la carrera artística de Lola tras la contienda civil. Su primera película fue Martingala (1940), de Fernando Mignoni, interpretando a una gitana. Su sueldo fue de 12.000 pesetas, algo nunca imaginado por ella. Durante los años cuarenta realizó una serie de giras por diversas provincias españolas con un espectáculo montado por el empresario Juan Carcellé. Su canción más importante de aquella etapa fue “El lerele”, que pasado los años se convirtió en un gran éxito.
Sin embargo, no contenta con deambular de una ciudad a otra o ir de pueblo en pueblo, decidió montar su propia compañía con la ayuda de uno de sus primeros acompañantes. Para su proyecto (espectáculo que llamó Zambra) contrató a Manolo Caracol, iniciando una de sus etapas más fructíferas y populares, además de vivir un apasionado y turbulento romance.
De su trabajo en común se conserva la película Embrujo (1946), de Carlos Serrano de Osma, director que logró uno de sus trabajos mas personales y ambiciosos, aunque a la pareja protagonista no le reportara en exceso más popularidad, y La niña de la venta (1951), de Ramón Torrado, que sí le ayudó a alcanzar un éxito mayor a ambos, aunque su unión ya tocaba a su fin. Lola ya era conocida en el extranjero. Su repertorio aumentaba sin descanso y comenzó a grabar discos y a consolidar su carrera; “La zarzamora” fue una de sus canciones más emblemáticas de la época.
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