miércoles, 27 de febrero de 2008

ketama

HACIENDO HISTORIA
En la música española, hay un antes y un después de Ketama. Un tópico, cierto, pero verdad irrebatible. Aunque se necesita una memoria de elefante para retrotraerse hacia los años ochenta, cuando España se sintió cosmopolita. Una modernidad que, a veces, parecía llevar gafas de madera y corcho en los oídos,
En plena movida, sonaba a disparate que unos chavalitos de pedigrí gitano se empeñaran en hacer canciones propias, que reflejaban sus raíces a la vez que bebían deñ la música que había mamado cualquier urbanita de su edad. Estaban, vaya audacia, inventando un pop propio, universalista pero imposible de imaginar en otro país.
Era tan iconoclasta el concepto Ketama que solo pudieron sacar la cabeza gracias a una independiente, la benemérita Nuevos Medios. Y pasaron años antes de que el grupo
tuviera una existencia normalizada: giras, banda regular, presencia mediática. En ocasiones Ketama pasaba al congelador mientras sus integrantes se dedicaban -sin quejarse, oiga- a tareas de segunda línea: a acompañar, a producir, a tocar en discos. Era otra forma de difundir sus libérrimos conceptos sonoros.
Con todo, aquellas experiencias les fortalecieron. Hubo bajas (la muerte de Ray Heredia, la marcha de José Soto “Sorderita”) y grandes descubrimientos: les buscaba un flautista portugués (Ráo Kyao) y una estrella del rock argentino (Fito Páez). Se juntaban con un “dream team” del jazz latino (D’Rivera, Camilo, Sandóval...) y se inventaban un territorio común con un tañedor de “kora” malinés (Toumani Diabate). “Shongai” ganaba premios internacionales, Frank Zappa les echaba piropos. Volaban por el mundo aunque, ay, en España no llegaban al disco de oro.
EL BOOM
Así que tenían más tablas, más experiencias internacionales que cualquier otro grupo español. Pero fueron artistas de culto hasta 1995, cuando se publica “De akí a Ketama”. Aquel verano resultó glorioso: por playas y ciudades, de noche o de mañana, fueras donde fueras, allí se derramaba Ketama. “A nation under a groove”, como decía George Clinton. Se despacharon medio millón de discos.
A partir de 1995, ha sido imposible evadirse a la sombra de Ketama: su fórmula sonora se ha convertido en moneda corriente dentro del pop español. Seamos bruscos: han sido copiados hasta la saciedad. Tras ellos, el cajón flamenco se ha colado en todo tipo de escenarios. El laúd y otros instrumentos de cuerda intimaron con la sonanta flamenca. Se sacaron de la chistera algo llamado “bulesalsa” que, en realidad, también tenía dentro bastante jazz y mucha música brasileña y gotitas de funk y chorritos de rock.
No se acomodaron en sus años de éxito. Llamaron a Khaled, trabajaron a las órdenes del productor Cachorro López, viajaron a Rio de Janeiro para que Caetano Veloso metiera voz en un tema. Colaboraron con Jorge Drexler o Gema Pavel. Grabaron con el uruguayo Rubén Rada y el colombiano Juanes. Flamenquearon con sus mayores, los Habichuela. Elaboraron música –score y canciones- para el cine, salieron en películas, fueron objetivo de documentales. La lista de actividades sería interminable: seguir a Ketama nunca ha sido aburrido. Lo puedes comprobar en “Ketama. No estamos lokos” (Editorial Martínez Roca), el libro que Juan Bosco ha escrito desde la proximidad y la admiración.
Se pusieron muy alto el listón. Ketama fue un grupo de alta exigencia que, sin embargo, no impidió que cada uno picara piedra por su lado. Juan Carmona “El Camborio” trabajaba con los flamencos. Josemi Carmona “Machuca” investigaba en el estudio del sótano de su casa. Antonio Carmona “El Ajillo” tocaba con un proyecto electrónico (Digitano) y con un novísimo grupo de rap (La Excepción). Pueden ser pistas para el futuro.
FUTURO NO SE ESCRIBE CON K
...de momento. Pero no hay que llorar, no conviene ponerse dramáticos. Ahora es el momento de celebrar. Y dar las gracias por tantas músicas, tantas risas, tantas revelaciones. ¡Chupendi!

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